Friday, January 12, 2007

MEMORIA DEL P. BRUNO

José Enrique Medina López Exalumno
Managua, Colegio Calasanz,
30 de diciembre de 2006.

En un pequeño pueblito de la serranía de Albarracín, en la Provincia de Teruel, perteneciente hoy a la Comunidad Autónoma de Aragón, España, en el 9 de noviembre de 1907, vino al mundo llorando y con los puños cerrados, como casi todos los seres humanos, Bruno, hijo de Gabriel Martínez y Teresa Sacedo. Infancia humilde, campesina, austera; educación cristiana. Devoción singular y vocación temprana; ¿parecida acaso a la de un Jesús nacido en Belén de Judá?.

Este pequeño Aragonés, coterráneo de Nuestro Santo Padre Fundador, inició su camino de Escolapio desempeñándose como ayudante de cocina en el Postulantado de Masía porque desde temprano manifestó su deseo ser sacerdote; el Señor una vez más recurría a un Humilde y Justo para realizar su obra.

Su formación académica y espiritual tuvo su momento de alegría el 25 de septiembre de 1332, a los 24 años, diez meses y 16 días de haber nacido, cuando cantó su Primera Misa Solemne, en medio del júbilo de su pueblo pobre; un día antes había sido ordenado sacerdote en la cuidad de Teruel capital de la Provincia.

Su sencillez de carácter trascendía todos los actos de su vida, siempre usaba solamente un par de zapatos, no hay para qué tener más, si sólo uno es necesario, podría haber pensado corno en realidad así es. Nunca tuvo un reloj propio, salía de su habitación a ver la hora que marcaba el que estaba en la pared de la comunidad. Era pobre de cosas personales, para vivir con intensidad su amor a Cristo, no necesitaba de nada más que su inmenso talento, su sencillez y su intensa vida espiritual.

Su porte siempre fue el mismo: piadoso, modesto, afable, rebosante de una gracia espiritual que sin ninguna duda, reflejaba su presencia. "Alma excepcional dentro de un cuerpo chico" dice el Padre Jesús Gómez su más cercano conocedor espiritual y humano. Y es que Él en verdad era chiquito, chaparrito como decimos en Nicaragua, pero con una estatura moral sacerdotal, de sembrador de futuros y de Venerable, que alcanzó los máximos destinos que Dios Nuestro Señor le depara a los Justos.

Desde sus primeros tiempos en la Escuela Pía demostró gran capacidad y entrega para la enseñanza y el aprendizaje, esmero en la preparación de sus ciases, entusiasmo desbordante y elocuencia en sus discursos docentes, ardiente compenetración del espíritu calasancio vibrante y convincente por el testimonio intachable de su vida sacerdotal.

Llegó a Managua el 9 de septiembre de 1952, poco tiempo antes de cumplir 45 años de edad. Llegó "de modo bien evangélico, sin alforjas ni medios materiales, con qué desenvolverse como Él mismo lo dijo, lo escribió. Desde aquel día su quehacer fue infatigable, constante ideando y trabajando; como dirían algunas personas en Nicaragua: a puro Corazón de Jesús Sirviendo en la comunidad como Rector y en el Colegió como Director; en las parroquias como cura de a pie y predicador iluminado; en el campo como misionero y en las aulas como Maestro y en el confesionario como Padre Espiritual lleno de ternura, en definitiva, un sacerdote Escolapio de ñeque, de los que se soñaba San José de Calasanz en sus cartas y sus diversos escritos constitucionales.

Emprendió la construcción del colegio en el barrio San Sebastián, empezó a buscar terrenos para obras de extensión futuras, inventó el tecnológico de León pensando en los hijos de ¡os indígenas de Subtiava; se embarcó en la realidad de San Pedro en Costa Rica, anduvo por Panamá, predicó en innumerables iglesias, fue al área rural, donde le encantaba ir a vivir el evangelio con los pobres, se arriesgó con el seminario junto a la esperanza de sembrar para e! futuro se hizo estudiante universitario y a la vez daba clases en la misma universidad en Managua le fascinaba la catequesis entre los más pequeños, le preocupaba el desarrollo y la consolidación del área gratuita, que siempre la quiso al mismo nivel de la pagada, se inmiscuyó con prudencia y cautela, pero a la vez con iluminación donada por el Espíritu en los asuntos de la Curia Diocesana en fin, es difícil enumerar en detalle en cuántas cosas andaba metido a la vez, y para todas terna tiempo, dedicación, capacidad y entrega; por eso digo: el pequeñito P Bruno o Benitín come dieron en llamarle los muchachos de aquel tiempo, era todo un discípulo de Calasanz en tierras que tanto ayer como hoy requerían y necesitan de hombres y mujeres de Iglesia, congregacionales, religiosos, laicos o de cualquier movimiento animado por el Espíritu, que convivan que sean solidarios, que aprendan y que enseñen, que guíen y se dejen guiar, que iluminen y no oscurezcan, que amen a Dios por sobre todas las cosas antes que a hombres o autoridades temporales, que realmente amen al prójimo como dicen amar a Dios, y que se fajen en las actividades diarias al lado de los sufridos, de ios desnutridos, de los que no saben ni tienen esperanzas de aprender, de todos aquellos que están reunidos en la inmensa multitud que Cristo vino a salvar aquí en la tierra como en el cielo.

San José de Calasanz vivió, se transformó, recibió el carisma y se dedicó a la Obra en tiempos de cambios y vaivenes, en período de lucha interna y externa de la Iglesia, y se hizo Santo porque supo poner por delante su amor a Dios, a los pobres, a la Santísima Virgen María a sus hermanos de comunidad, y El mismo se fue haciendo pequeño a los ojos de los demás de su tiempo, que andaban iras ¡as mismas vanidades, intrigas, ambiciones y desvíos de ahora, Bruno Martínez vivió y se transformó en el cambio del Espíritu nuevo, novedoso y desconcertante para muchos, del Vaticano Segundo, fue también un hombre de Dios comprometido en la construcción del Reino temporal y eterno, un cooperador de la verdad en todo el sentido de la expresión.

Fue sacerdote por vocación temprana, por sus votos, por su palabra, por darse sin reserva, por sus prédicas elocuentes, por su testimonio, pero sobre todo porque hizo el Evangelio El si que fue un cura de oración profunda y acción constante, con entrega, con desprendimiento, con bondad, de costumbres intachables y ejemplo de virtudes para sus hermanos de congregación y para todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo, inspiraba respeto, pero no temor, su nobleza y su ternura se sentían a las primeras palabras, porque siendo sencillo era cordial y ameno ¡Claro que era un hombre serio, no era para menos!, pero tenía una risa explosiva, contagiosa, con un sentido del humor que te resultaba sorprendente, si no sabías cómo era de espontáneo y diáfano.

Tengo vívido el recuerdo de mi primer día de clases cuando lo vi por primera vez a mis seis años, me tomó de la mano y me guió al aula y cuando, confundido por el momento, creía yo que era semi - interno y me había quedado rezagado sin saber qué hacer, hasta que llegó m¡ padre a "rescatarme", Él estuvo allí con su sombrita protectora, y después, cuando me enrole en su comunidad de Tarcisios, los monaguillos que él instruía con especial cariño, y cuando me preparó para recibir mi primera comunión y cuando me aceptó para ir al Postulantado en San José, cuando me entregó el titulo de bachiller, cuando me dijo que s¡ creía que podía ¡r al noviciado en Colombia.

Cada uno de esos momentos fueron llenos de ternura, de comprensión, de emoción espiritual, ¡se los puedo requeteasegurar!. Ya no digamos las múltiples veces que me confesó, me orientó y me acarició el alma. Aunque aún me falte mucho para ser digno discípulo suyo, Padre Bruno, cuanto le agradezco a Dios Nuestro Señor haberlo puesto en mi camino.

Lo recuerdo también llevándonos a los de primaria; ¡fíjense bien, a los pequeños! a la capilla del segundo piso del colegio, a orar por el Concilio Vaticano Segundo, explicándonos con sencillez lo que significaba para la Iglesia. Y cuan desbordante de entusiasmo, él supo comprende: después y asumir con una sincera actitud de cambio, como dijo Paulo VI, para reemprender el camino evangélico que ya se hacía aún más inescrutable y desafiante. Adelantado a su tiempo, se preocupaba por la dimensión espiritual y la experiencia de Dios que debía vivir el escolapio, creando un estilo de vida comunitaria que evidenciara la fuerza evangélica y pastoras de ia vocación calasancia. Asumió con autenticidad y valor las exigencias que el Padre Fundador. San José de Calasanz, estableció en las Constituciones y en sus innumeras cartas, para decirlo con claridad, el Padre Bruno fue un Escolapio íntegro, fiel cooperador de la verdad, alegre, paciente, amable, incansable en el trabajo, que no apetecía las cosas terrenales, que abrazo con ánimo paternal a los pobres y a los ricos, y que fue capaz de acomodarse a todas las dificultades por el bien de sus discípulos, educador consagrado, catequista permanente, rico de amor a Dios y pródigo inagotable en su amor a sus semejantes.

En ocasión de los cambios y renovaciones en la etapa postconciliar y en su proceso de maduración sacerdotal y pastoral, se fue preguntando y se fue respondiendo como hombre que vivía por y para el evangelio, sobre la disposición a clarificar y reformular la eclesiología de sus Escuelas Pías, consciente de que la base de una renovación auténtica de la Orden era la vivencia de la dimensión eclesial, de su Iglesia. Todo esto, mucho antes de que en eí ultime decenio de! recién pasado siglo fuese indicado en los documentos capitulares de la Institución Calasancia. Dicho de forma sencilla, Bruno buscaba respuestas concretas a la interrogante de ¿cómo debía vivir el escolapio su pertenencia a la Iglesia, en tiempos de cambios drásticos en el mundo en el que está inmersa?, ¿Qué lugar ocupar en ella?, ¿Cómo situarse en un mundo lleno de tecnología, secularismo y escepticismo autosuficiente?, ¿Cómo expresar esa pertenencia?.

No necesitó de maestrías y doctorados para predicar, para enseñar y vivir el Evangelio, la literatura, la psicología, el Latín, la filosofía, la aritmética, la urbanidad y buenas costumbres, la gramática y el catecismo.

Entendió con la misma claridad que el Santo del Trastévere, que los seres humanos nacieron para ser felices alcanzando, a través de la educación, la plenitud de ¡as facultades humanas a! servicio del prójimo.

Me atrevo a afirmar que existen una cantidad de coincidencias o más bien de identificación de la parte del Padre Bruno con todo lo pensado y actuado por e! Santo Fundador, pues a ambos les abrazó el amor a los pobres, a los niños, a la enseñanza, a la vivencia práctica del evangelio, a ser un auténtico cooperador de la verdad como lo expresaba Calasanz, pues el Padre Benitín ejerció plenamente su función de sacerdote, de maestro, de catequista y de misionero sin separar una de otra, sin detenerse a pensar en cuál estaría más cómodo. Supo ser superior poniendo toda su diligencia para que su comunidad funcionara bien y extendiera su presencia y su misión más allá del aula o del edificio escolar.

Lo supimos en las comarcas del pacífico y del centro, en la Costa Atlántica, en Cosía Rica, en León, en Dominicana y hasta en el norte de Panamá, siempre buscando a Cristo. en el alma de los hombres, las mujeres y los niños a quienes pastoreaba con su inigualable amor dedicación, sencillez y elocuencia, pero sobre todo con su testimonio.

Para que se lo imaginen rápido, vean su pequeña humanidad siempre vestida de negro, caminando por los pasillos de su colegio, de las calles de su San Sebastián y de todos los sitios por donde iba, con la cabeza baja, leyendo sus oraciones de rigor, o simplemente improvisando alguna súplica o alabanza, dirigiendo el funcionamiento del colegio, de la comunidad metido en cualquier detalle de la vida escolar de los grandes y los chicos, enseñando en las aulas, instruyendo en el catecismo, en la vida de oración y en la práctica de las virtudes: confesando a los alumnos y a los fieles a quienes asistía en diversos templos y comunidades, brindando consuelo y esperanza; caracterizado por actitudes de piedad, consiguiendo limosnas para sus obras, pensando en cómo ampliar las oportunidades para los niños y jóvenes sin ocasiones de estudiar, en fin un cura escolapio completo, de los tayacanes, elegido por Calasanz para ser continuador de su obra en este país que aún no atisba a encontrar un rumbo de solidaridad, generosidad y equidad para sus ciudadanos.

Una coincidencia inexplicable es que el 23 de diciembre de 1956 se inauguró oficialmente el nuevo colegio en Managua, construcción que con audacia y la intervención de Dios Nuestro Señor, el Padre Bruno llevó a cabo como Rector casi desde su llegada a! país Y el 23 de diciembre del año 1972, exactamente 16 años después, el edificio que tantos esfuerzos, oraciones y sacrificios habían costado, se derrumbaba inexorablemente junto a las viviendas cercanas que lo habían visto crecer; no se quiso quedar solitario.

Fue ese mismo edificio, el de sus primeros tiempos en tierras americanas, el que lo cubrió con sus escombros y, aunque logró ser rescatado con vida, el tiempo siguiente ya fue de preparación para encontrarse con el Padre.

Debe saberse que hasta el último momento estuvo celebrando misa en su cama, inconsciente para el pensamiento humano, pero más que cercano a lo que había buscado desde su infancia, ¡a inmensa Santidad del Dios Bueno y Misericordioso. Falleció en León por las circunstancias mismas del momento, pero nació a la Gloria eterna en cada persona que sintió su presencia en cada niño que recibió su palabra, su sonrisa, en cada obra de misericordia, en cada gesto, en cada enseñanza, nació a la Gloria del Padre por mérito indiscutible, alcanzado durante sus 65 generosos años de vida al servicio de sus hermanos.

Para concluir, permítaseme relatar este Testimonio: Estando en su lecho de tránsito nacía el Padre, cuando decían los padres que lo rodeaban que ya no reconocía a nadie, mi papá y mi mamá llegaron a visitarlo y a pesar de las advertencias y la resistencia de sus adoloridos hermanos, ellos insistieron en verlo y entraron a la habitación, tomaron su mano y le preguntaron quiénes eran, y él respondió: los papas de Medina. Gracias Padre Bruno porque sé que ha estado conmigo en los momentos difíciles y en las alegrías. Me considero privilegiado por haberlo conocido, por haber escuchado sus enseñanzas, su risa y sus sermones, por haber sido mi Padre Espiritual en diversos momentos, por haberme admitido en el Postulantado, por haberme extendido el boleto de aprobación para ir a Colombia, por haber entendido mis dudas Le pido perdón por no haber sido más enérgico con mis resabios, pero le agradezco Padre por mi ocupación laboral, por mis hijos, por mi familia, por atreverme a estar hoy aquí hablando de Usted, porque estoy seguro que Usted nos seguirá bendiciendo.

El Padre Bruno es Santo, no porque nosotros así lo queramos, es Justo y Venerable porque se lo ganó a puro corazón a puro pulso, con la sotana sudada, quemado por el sol, lleno de polvo o de lodo, capaz de una risa estruendosa y de un silencio piadoso que no es cualquiera el que ¡o puede lograr; es Santo porque San José de Calasanz le cedió su carisma, lo iluminó y lo guió pero sobre todo se dejó guiar; es Santo porque no anduvo tras las idioteces humanas; es Santo porque Dios Nuestro Señor lo tiene sentado a su diestra aunque nosotros ni siquiera podarnos imaginario

El mejor recordatorio que podemos hacer del Padre Bruno, es ver a nuestro alrededor y hacia delante, es reflexionar sobre las mezquindades que a veces nos quieren ahogar, es decirle a Él, a San José de Calasanz, y a Dios Nuestro Señor que nos den el don de la humildad verdadera, aprender a comprender de una vez por todas que Dios quiere a todos sus hijos bien nutridos, aprendiendo a ser ciudadanos honestos, solidarios, con tocias sus capacidades al servicio del bienestar humano, porque como escribió Calasanz en el 1621, a través del ministerio de la enseñanza podremos ser más dignos, más nobles, más beneficiosos, más útiles, más necesarios en el servicio, más enraizados en la naturaleza de todos los hombres, y que cada cual tome, o mejor que le resulte para venerar sinceramente a Bruno. ¡Bendito seas Señor, por darnos siervos como el Padre Bruno! Y nosotros veneremos con devoción y respeto esta reliquia que El utilizó para celebrar la eucaristía.

Managua, Colegio Calasanz, 30 de diciembre de 2006.
José Enrique Medina López Exalumno